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((**Es1.123**) pues, quiso saber qué sucedía allí; vió dos enormes mastines que, entre aullidos, se peleaban y mordían con furia. La gente tenía miedo y no se atrevía a avanzar. Don Bosco se adelantó. Uno de los perros retrocedió hacia la puerta y pasó el umbral, para lanzarse con más fuerza sobre el contendiente. Don Bosco dijo a un mozo: - Cierra rápido la puerta; que no salga el perro: del otro me encargo yo. - Le puede morder, respondió el mozo. - No, no; replicó don Bosco; haz lo que te digo. - Y el mozo encerró uno de los perros en el patio, mientras don Bosco, ((**It1.132**)) asiendo al otro por el lomo y por el pescuezo, lo levantó en el aire y lo sostuvo así un buen rato hasta atontarlo, mientras el animal se debatía y aullaba rabiosamente. Los espectadores, maravillados de este atrevimiento, temían que el perro, una vez puesto en libertad, se arrojara furioso contra la gente; pero don Bosco lo dejó en tierra, lo llevó sujeto por el pescuezo hasta el medio de la plaza de Milán, cerca del puente y, dándole un fuerte manotazo en las ancas, lo dejó libre. El pobre animal lanzó un fuerte aullido y, huyendo de la gente con miedo, se alejó cojeando y respirando con dificultad. El golpe le había dejado sin fuerzas. Detrás de don Bosco se encontraba el canónigo Zappata, que se le acercó y le dijo: - No le parece un acto poco digno de un sacerdote? - Querido amigo, respondió don Bosco humildenmente, la necesidad pedía que alguien acabara con aquella pelea; nadie se movía y lo hice yo. Era el año 1846, o acaso el 1847: se dirigía don Bosco a Biella para predicar unso Ejercicios Espirituales. Se había propuesto acercarse, en los viajes, a cocheros y mozos de mulas, para darles alguna noción de catecismo y reconciliarles con Dios por medio del sacramento de la Penitencia. Pero, para ganarse su amistad, creyó oportuno dar a conocer su fuerza material, que para mucha gente ruda e ignorante constituye el primer valor de una persona: la admiración le habría atraído la estima. Ya veremos con cuánto fruto ejercitó con ellos su misión salvadora. Pues bien, mientras se encontraba en Santhiá, esperando a que prepararan la diligencia, apoyado contra la pared de la posada y cerca de los caballos que estaban cambiando, el cochero le advirtió varias veces que se apartase, porque había un caballo que mordía a quien ((**It1.133**)) se le acercaba sin precauciones. Acababa de responder don Bosco: - No tenga miedo; no me morderá, - cuando he aquí que el susodicho caballo se adelantó, se acercó a don Bosco y lo dejó sin salida contra la pared. El caballo intentó morderle, (**Es1.123**))
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